sábado, 23 de julio de 2022
Viajes y libros (EPISODIO 8): Diana Guzmán, la lectura como revolución, y la Escuela de Lectores
domingo, 14 de marzo de 2021
Problemas de memoria III (El fin de @Loloelrolo)
A Gregorio lo conocí por Twitter, y por eso él es importante para esta historia. Lo que recuerdo es que nos hicimos alguna mención en la cuenta que yo tenía en ese momento @sergioxer y nos terminamos riendo. Comenzamos a conversar y luego salimos a tomarnos una cerveza. Fuimos pareja por unos diez meses. Esa relación empezó como un sueño pero terminó en pesadilla. Gregorio era tremendamente dulce pero estaba enfermo, física y emocionalmente y tenía demasiados problemas. Uno de esos problemas eran sus celos. Llegó un momento en el que yo ya no pude vivir con eso y el primero de diciembre de 2012 terminé huyendo. Este blog está lleno de relatos de esa época porque fue ahí que comenzó.
Al principio de nuestra relación, el desdichado y hermoso Gregorio y yo nos comunicabamos por Twitter. Por ahí hablábamos todo el tiempo, nos enviabamos lecturas, poemas, fotografías. Eso era bonito, pero eso venía acompañado por escándalos de celos cada vez que yo le hacía una mención a alguien o seguía a alguien. Explotaba con rabia y actuaba erráticamente. Si él leyera esto, diría que no es cierto, pero desafortunadamente yo lo padecí y ese comportamiento se volvió tan recurrente que yo pensé que lo más conveniente era dejar Twitter. Paulatinamente dejé la dinámica trinadora hasta que llegó el momento de abandonar la cuenta, le cambié el nombre, y luego la cerré.
En diciembre, cuando Gregorio y yo terminamos, me di cuenta del error que había cometido: ahora estaba sin él y sin cómo desahogarme. Y necesitaba poder quejarme y gritar sin afectar a mi familia y a mis amigos quienes ya estaban mamados de mis letanías sobre Gregorio y quienes me había rogado que terminara con él.
Entonces abrí una nueva cuenta de Twitter.
Necesitaba un nombre para esa cuenta, algo que no tuviera nada que ver conmigo, un titulo que me permitiera hablar y decirlo todo sin ser visible para que Gregorio me descubriera y me insultara como ya era costumbre. Y así nació @LoloelRolo.
Empecé a tuitear ahí y a escribir en el blog, escribí y escribí y triné y triné hasta que la gente empezó a llamarme “lolito”. Yo no tenía que existir, porque existía Lolo. Algunos años después Lolo ya era incluso más conocido que yo y empecé a aprovecharme un poco de su popularidad incipiente y sus seguidores. A la gente le gustaba cómo y sobre lo que Lolo escribía y por eso ahí no solamente conocí a Gregorio. Conversé con muchas otras personas, trabé amistad con muchos otros tuiteros, compartí con muchos otros, gracias a Lolo algunos de mis escritos fueron publicados en México, muchos de los grandes influencers de esta década terminaron siguiéndome y muchos otros odiándome. Porque Twitter es algo así como un gran colegio lleno de estudiantes de todo tipo. Una especie de cárcel iluminada en la que todos tus miedos, tus deseos, tus ilusiones, todo, se encuentra con los demás. Y los demás (incluyéndome) no tienen reparos en contestarte y, si es el caso, posar lo peor que tienen en ti. Y en eso se me fueron 8 años de anonimato, hasta la semana pasada cuando Twitter me suspendió la cuenta.
He enviado mensajes solicitando que revisen mi caso pero eso no ha valido de nada, y según lo que he leído e investigado, no valdrá de mucho. Me da tristeza perder los 3500 seguidores que había conseguido sin empelotarme y sin hacer trino tras trino pueril sobre sexo o sobre penes; me da rabia tener que dejar atrás todos esos años de escribir constantemente sobre mi vida. Pero no hay de otra: la era de Lolo el Rolo se terminó. Desapareció de la línea temporal de todo Twitter, absolutamente todo lo que ya había dicho, toda la evidencia de la existencia de alguien llamado Lolito, sus mensajes, sus conversaciones.
Y esta es una despedida. Me despido de todos esos rollos que me dejó ese tiempo en la red, le digo hasta luego a todas esas personas (unas muy tóxicas y otras no tanto) con las que alguna vez me relacioné.
¿Volveré a empezar? Probablemente (si no lo estoy haciendo ya).
jueves, 25 de febrero de 2021
Problemas de memoria (II)
lunes, 22 de febrero de 2021
Problemas de memoria
sábado, 22 de agosto de 2020
Ser profesor en medio de la pandemia (Diario del confinamiento)
Hace un rato vi en Facebook una publicación que me dejó pensando: alguien elogiaba a un profesor por su actitud ante los estudiantes e ilustraba su texto con una imagen que decía “si los estudiantes necesitan apoyo o ayuda emocional en medio de la pandemia lo pueden solicitar. También, prórrogas o extensiones para los trabajos o exámenes. Aquí son más importantes las personas que las evaluaciones.”
Me pareció una imagen agradable. Una idea muy bonita acerca del apoyo que el profesor debe ofrecer en tiempos de crisis e incertidumbre, como estos, e incluso acerca de la labor que debe cumplir en términos generales. Sin embargo, después de un momento pensé en que ese tipo de anuncio no sería algo que a mí se me ocurriría hacer ahora y tampoco lo habría hecho al principio de la pandemia.
Si bien siempre, he procurado mantener abiertos los canales de comunicación con los estudiantes y me gusta conversar con ellos y apoyarlos cuando hay situaciones excepcionales, por mi propia salud mental no hago prórrogas individuales. Para mí es posible negociar y llegar a acuerdos, es importante ser flexible –aún más en una situación como la que estamos pasando– mientras no se irrespeten los parámetros de igualdad de oportunidades y justicia para los estudiantes y mientras eso no imponga una presión innecesaria en mis propios horarios laborales. Es importante ser empático, sí, y escuchar, pero, incluso en estas situaciones de incertidumbre extrema, es importante conservar la estabilidad.
miércoles, 27 de mayo de 2020
El espacio entre las cosas: el ruido y el silencio (Diario del confinamiento)
Al principio de la cuarentena había mucho menos ruido. El 20 de marzo dejaron de sonar los motores de miles de automóviles que se quedaron en su casa. Cientos de rutas escolares llenas de gritos de niños dejaron de circular. No puedo decir que existiera un silencio absoluto pero, por lo menos en las mañanas, no existía el bullicio que ahora ha vuelto a existir.
Cuando empezó el aislamiento, y teníamos solo un simulacro obligatorio, sentía mucho miedo. Fueron muchos los días en que la ansiedad no me permitía comer y me atemorizaba el silencio. Dormía poco y daba vueltas en la cama durante la noche. Despertaba extrañado a la hora en que tendría que haber empezado a alistarme para salir a trabajar. La falta del bullicio metálico de los motores me parecía inquietante; me aterraba que la ciudad hubiese dejado de funcionar de esa manera tan abrupta y que, a pesar de que fuese algo que pedimos a gritos por nuestra salud, no nos pudiéramos mover de casa ni salir a trabajar.
A las 7 de la mañana era muy poco lo que sonaba. Tan solo se oían algunas personas en la calle, quienes por fuerza mayor no habían podido dejar de desplazarse. Celadores, personal del aseo, vendedores, domiciliarios, policías, médicos y enfermeras siguieron montando en transporte público para ir al trabajo y aún hacían ruido afuera. Pero no eran tantas personas, o por lo menos no las suficientes para llenar las calles del barullo pre-pandemia.